“Después del verbo amar, el verbo ayudar es el más hermoso del mundo”
Carmen Corredor (Autora del texto)República Checa, antes Checoslovaquia. 1843 – 1914. Fue la primera persona que recibió el Premio Nobel de la Paz. En una época, en la que primaban los principios militaristas, escribió en 1889 el libro Abajo las armas, una de las obras que más ha influido en el pensamiento pacifista moderno.
Nacida en el seno de la aristocracia austriaca, dio un giro a su vida para convertirse en una activista incansable en defensa del pacifismo. Desde muy joven se opuso con audacia al horror de la guerra. En uno de los países más militarizados de Europa, ella no paró de reivindicar de forma incansable “abajo las armas”. Así lo reconoció el comité que le otorgó el Premio Nobel de la Paz en 1905, que destacó la gran influencia que la baronesa Von Suttner había tenido en el crecimiento del movimiento pacifista internacional. Cuando lo recibió, Bertha llevaba ya media vida consagrada a la lucha contra la carrera armamentística y el pacifismo. Sin embargo, nadie hubiera pronosticado que rompería con todas las normas de la época, dado su origen aristocrático.
Bertha von Suttner, nacida condesa Kinsky, fue la hija póstuma de un mariscal de campo de la corte austriaca, un mundo donde el militarismo y el respeto a la tradición estaban fuertemente arraigados. Durante los primeros años de su vida, defendió, sin crítica, estos principios. Pero, a partir de la treintena, luchó, sin tregua, por modificarlos. Se trasladó entonces a Viena, donde conoció a su esposo, el barón von Suttner, que durante toda su vida la acompañó en la defensa de sus ideales. El matrimonio, que vivía de una forma modesta, se trasladó a Paris, donde a través de un anuncio en el que se buscaba a una secretaria, Bertha conoció a Alfred Nobel. Sólo trabajó con él una semana, pero afianzaron una amistad que duró 20 años. El trabajo realizado a lo largo de su vida por la baronesa a favor de la paz fue lo que inspiró al filántropo sueco a la creación del Nobel de la Paz, hoy uno de los galardones con más prestigio en el mundo. Bertha von Suttner fue la primera en recibirlo. La comunidad internacional reconoció la valentía de esta mujer adelantada a su época. “Es extraño lo ciega que está la gente. Se horrorizan ante las cámaras de tortura de la Edad Media, pero están orgullosos de tener sus arsenales llenos de armas”, aseguraba esta mujer librepensadora y agnóstica.
Su determinación como activista entregada y enérgica a favor de la paz se fraguó años antes, al entrar en contacto con la Asociación Internacional de Arbitraje y Paz, una organización fundada en Londres en 1880, cuyos objetivos eran el uso del arbitraje y la paz en los conflictos armados, en vez del uso de la fuerza. Un concepto muy novedoso, ya que, durante generaciones en Europa, la principal vía para solucionar los conflictos fue la utilización de las armas. A partir de este momento, Bertha se convirtió en una ferviente militante del diálogo para la resolución de conflictos. “Esta cuestión de si es la violencia o la ley la que debe prevalecer entre los Estados es el problema más vital de nuestra era y el que tiene unas repercusiones más serias”, decía la Baronesa.
Su labor fue incansable. Escribió libros, intervino en foros internacionales, creó sociedades pacifistas en Austria, Alemania y Hungría. Pero lo que le convirtió en un referente del movimiento pacifista internacional fue la publicación en 1889 de su novela Abajo las armas. Más allá de sus valores literarios, el verdadero mérito de esta obra es su contenido impactante, que tuvo una influencia determinante en su tiempo. Nadie hasta entonces había denunciado, de una manera tan rotunda y tan gráfica, el dolor, la maldad, la crueldad de la guerra, la soledad de los soldados heridos y abandonados, la pesadilla del campo de batalla, el pánico a la muerte. La novela no fue sólo un alegato contra la guerra, sino que además denunciaba una serie de principios que favorecían el espíritu belicista: la religión, que propiciaba la resignación; la cobardía como deshonra y la concepción de la guerra como una forma más de hacer política. La protagonista de su obra, Marta, lucha por cambiar los roles tradicionales de la mujer; es instruida, alterna con intelectuales, al margen de la clase social, no sólo no cree imprescindible que su esposo la proteja, sino que no le importa mantenerlo con tal de que abandone la carrera militar. La novela tuvo un impacto extraordinario en el público y el nombre de Bertha von Suttner se convirtió en sinónimo de paz y antimilitarismo. “Una de las verdades eternas”, afirmaba, es “que la felicidad se crea y se desarrolla en paz, y uno de los derechos eternos es el derecho de la persona a la vida. El instinto más fuerte” asevera, “es el de la conservación, este derecho, ratificado y santificado por el viejo mandamiento que dice no matarás”.
Su entregada labor le granjeó, también, el respeto de los principales gobernantes europeos. Su influencia fue determinante en las diferentes conferencias internacionales a favor de la paz e intervino en todos los foros de la época. En 1899, en la primera Conferencia de Paz de La Haya encabezó una delegación y fue la única mujer que intervino en el encuentro que, felizmente, terminó con la creación de la Corte Permanente de Arbitraje, origen de la Corte Internacional de Justicia, el principal órgano judicial de Naciones Unidas.
Bertha von Suttner fue también una europeísta. En el Congreso de la Paz, celebrado en Londres en 1908, repitió hasta la saciedad que Europa es una y que la unificación del viejo continente era el mejor remedio para evitar las catástrofes mundiales que empezaban a intuirse.
Austria le ha rendido homenaje grabando su retrato en las acuñaciones de la moneda de dos euros. Sus esfuerzos a favor de la paz no cesaron hasta el final de su vida. La “generalísimo“ del movimiento por la paz, como se la ha llamado, murió dos meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. No pudo detener la guerra, pero sí creó las bases para la construcción de un movimiento pacifista internacional sólido y para la difusión de estos ideales entre los ciudadanos de todo el mundo. Como bien dijo entonces, “los defensores del pacifismo son conscientes de la influencia los valores que defienden. Saben que todavía son pocos, pero son conscientes de que sirven a la mejor de las causas posibles”.