“Acepto mi herencia del genocidio (ruandés) porque, si estoy viva, es para cumplir una misión”
Yolande Mukagasana nació en Ruanda en 1954. Enfermera, anestesista hasta el genocidio ruandés en 1994. Autora de varios libros sobre el genocidio y testimonios de supervivientes. Es coautora de la obra teatral Ruanda 94, escrita en 2002. Su labor ha ido reconocida con varios premios, entre otros, el Premio por el Testimonio y la Solidaridad, por la Fundación Alexandre Langer, Italia, Julio 1998, Premio por la Comprensión Internacional entre las Naciones y por los Derechos Humanos, en noviembre de 1999. Premio Paloma de Oro por la Paz, por su actividad periodística, por la Fundación Archivo Disarmo, Roma, Julio 2002, Premio de la Mujer del Siglo XXI por la Resistencia, por la Asociación de la Mujer del Centro Cultural de Schaerbeek, Bélgica, Marzo 2003. Mención de Honor en el Premio UNESCO de Educación por la Paz, Septiembre 2003. Premio del Coraje Moral, por el Comité Judío Americano, Washington D.C., Mayo 2008.
Tras fijar una cita por teléfono para quedar el mismo día, le digo que mi hijo me acompañará porque no pude dejárselo a nadie. Me contesta riéndose: “Menos mal porque si no traes a tu hijo, ¡no quiero verte por aquí!”. Nada mas traspasar el umbral de su hogar, me presenta a una de sus hijas adoptivas, Jeanne, y su recién nacido nieto de cinco días. Yolande es abuela, que no es poco…
La vida de Yolande como luchadora por la paz y por un mundo justo empieza cuando lo más importante para ella desaparece. Nos remontamos a abril de 1994 en Ruanda: sus tres hijos, su marido y sus hermanos son asesinados por las milicias hutus durante el genocidio que enterrará a un millón de tutsis y hutus “moderados”. Desde entonces Yolande lucha y se apoya en su inmenso dolor para sacar a la luz la verdad sobre el genocidio, para denunciar a aquellos que han armado a esas milicias y a los que, por su silencio, son culpables también del genocidio.
“No sé si elegí la vida pero me encontré viviendo”. Así se expresa Yolande tras sobrevivir a los meses de horror del genocidio. Desde entonces Yolande toma su pluma y desolada compone todo lo que ha visto con la inseguridad de pensar que nadie la iba a creer. Lo hace para sobrevivir, para evitar que sus seres queridos hayan muerto por nada. Siente que tiene que cumplir un cometido si la muerte no la ha elegido.
Algunos meses después, se exilia en Bélgica donde un sentimiento de abandono hacia sus hijos la invade desgarrándola y percatándose de que el origen de su cometido la espera en su tierra natal: Ruanda. Yolande regresa a sus raíces, a hablar con los huérfanos y las huérfanas, las viudas y reconstruye una morada en el mismo lugar donde las milicias un día arrasaron la suya. Visita la fosa común donde yacen sus hijos y les solicita autorización para cuidar a otros niños y niñas huérfanos del genocidio. Tres son acogidos. Rápidamente serán veintiuno en su hogar, entre ellos tres sobrinas que serán adoptadas oficialmente. “No puedo remplazar a vuestra mamá pero somos una familia recompuesta”, les responde Yolande cuando ellos la llaman mamá.
En la actualidad, Yolande reside en Bélgica. Los niños y las niñas acogidos son casi todos adultos, han sido escolarizados, poseen títulos académicos y universitarios, algunos están casados y con niños. Yolande habla del amor mutuo entre ella y esos niños como el punto de apoyo que le (les) permitió salir adelante, no dejarse morir.
En 1999 funda la asociación Nyamirambo Point d’Appui (Punto de Apoyo). Nyamirambo es el nombre del barrio donde vivía en Kigali, Ruanda. Desde entonces, la asociación saca adelante varios proyectos tanto en Ruanda, donde presta apoyo a distintas asociaciones locales, como en Bélgica.
En Ruanda, Nyamirambo Point d’Appui sustenta la creación de la Asociación de los Estudiantes Supervivientes del Genocidio (Association des Étudiants et Élèves Rescapés du Génocide, AERG), presentes en cada universidad y en varios Institutos de Secundaria del país a fecha de hoy. Yolande se manifiesta con mucha emoción sobre un proyecto en particular acometido en los institutos, donde el internado se practica ampliamente. Hace hincapié en que los niños y las niñas huérfanos de dichos institutos carecen de visitas familiares los fines de semana. Por lo tanto, han organizado un sistema de tutela donde un o una estudiante universitario les visita una vez al mes y se reúne asimismo con el profesorado. Son como hermanos y hermanas mayores para esos huérfanos.
La acción de Nyamirambo Point d’Appui dirige su trabajo también a las asociaciones de mujeres violadas y viudas del genocidio. Para aquellas que residen en zonas aisladas de la ciudad, han creado una sociedad de taxis-bicicletas que facilitan el transporte y la movilidad. Para otra asociación de mujeres, ha adquirido maquinas de coser y ha impartido cursos de formación y ahora esas mujeres son costureras profesionales. De hecho, venden la ropa que elaboran en el mercado local. En otra parte del país, un grupo de viudas ha sido ayudado para comprar dieciocho vacas con el objeto de facilitarles el cultivo de sus terrenos, con maíz y patatas, cuyos excedentes serán vendidos en el mercado local. Estas iniciativas permiten a estas mujeres sobrevivir tanto desde el punto de vista psicológico como económico y social, aportando una solidez a sus vidas.
Parece a la vez muy frágil y muy fuerte cuando me cuenta su historia y su lucha. Yolande se expresa de manera muy serena, emana paz. Sus sabias palabras son como verdades rotundas. No se siente odio ni deseo de venganza en su mensaje. De hecho ha podido hablar con los que mataron a los suyos cara a cara. Eran sus vecinos y amigos, a los que en su día cuidó cuando era enfermera en su barrio. Les escuchó lamentarse de lo que hicieron y está convencida que la reconciliación es posible.
A lo largo de esos años, su combate se ha extendido a la lucha por la tolerancia y la búsqueda de la justicia. No obstante, el miedo le invade al ver cómo el genocidio ruandés no ha sido el último, que otros han transcurrido y otros vendrán. Aún así no decae, su lucha y cometido es el “motor de su vida” y la única arma que tiene es la palabra, la escritura y el deseo de compartir su experiencia con todos aquellos y aquellas que la quieren oír. Y Yolande no para. Viaja mucho por el mundo difundiendo su historia, gritando su sufrimiento, nombrando lo “innombrable” a estudiantes, asociaciones por la memoria histórica, universidades, etc. Cuando habla de su vida, de su misión como superviviente del genocidio, dice: “Mi vida es una herramienta que el mundo puede utilizar para ser mejor”.
El mayor sueño de Yolande es poder movilizar a todas las mujeres de este planeta, que se levanten en contra de la guerra, porque son ellas las primeras victimas. “No se puede conseguir la paz matándose, eso no existe”. Pero con los pies sobre la tierra, lo que más desea para su país es que se ponga en marcha un proceso de reparación a las victimas del genocidio. “No pueden devolvernos nuestras vidas pero sí pueden darnos una vida digna”.
Yolande pone un punto final a nuestro encuentro dejando caer estas últimas palabras: “Mi espíritu es invencible, es lúcido. Quizás mi cuerpo no pueda seguir porque está más débil, envejece, pero mi espíritu esta aquí todavía…”.
Charlotte Van Den Abeele